Por Juan Revenga
Se trata de una verdad silenciada en nuestras conciencias por la complacencia de hacer lo más cómodo, ayudados, eso sí, por una aplastante maquinaria publicitaria que a modo de anestesia nos impide ver lo más evidente y que tenemos delante de los ojos.
El típico desayuno que diariamente ofrecemos a nuestros hijos es, entre todas las posibles opciones, una de las peores elecciones que podemos hacer de cara a su pronóstico de salud. Ya de par de mañana los niños marchan al colegio habiendo ingresado a partir de galletas, cereales, batidos, zumos y bollería más de la mitad del azúcar máximo que en ningún caso sería recomendable superar en un día. Al término del mismo y de media, esos niños, nuestros hijos terminan haciendo acopio de más del triple de esa cantidad máxima que no conviene exceder. Y lo peor es que buena parte de los padres creen que ese tipo de desayuno tan típico es, además, saludable.
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